Rss Feed
  1. La Resistencia se equivocó

    domingo, 7 de junio de 2020

    Soy un fan absoluto del humor libre y un seguidor habitual de La Resistencia, pero aún así tengo pocas dudas de que se equivocaron con la broma referente a George Floyd. Creo que se puede explicar con un ejemplo de la vida cotidiana, con el que quizá muchos se podrán identificar. Como ya he dicho me encanta el humor libre y transgresor y si se me ocurre una broma que me parezca graciosa, por bestia que sea, la voy a soltar. Ahora bien, intento medir siempre dónde, cuándo y con quién hacerlo. Pongamos que estoy con mi grupo de amigos de toda la vida. Aunque llevemos muchos años juntos, todas las personalidades y visiones no son iguales y ya he tenido tiempo de sobra para averiguar quién puede escuchar ciertas bromas sin montar un drama y quién no. 

    Se me puede ocurrir un chiste que me parezca la ostia pero sé muy bien que no lo voy a decir en la reunión con todos los amigos presentes. Una de dos, o me espero a otro día en una reunión de más confianza o en un momento aparte se la puedo comentar a alguno de los colegas a los que le pueda hacer gracia. Mi objetivo con esto es sencillo, si lo que quiero es hacer un chiste y echar unas risas voy a buscar conseguirlo sin riesgos. Esa necesidad de jugársela soltando la broma delante de gente moralmente superior no la entiendo, porque no te vas a reír y encima personas que no te conocen del todo van a tener barra libre para darte caña y hacerte daño incluso si tu intención jamás fue mala. 

    Para qué necesito que se me ponga en tela de juicio si solo quería echar unas risas. Estoy dispuesto a renunciar a mi libertad de decir lo que quiera en grupo a cambio de decirlo en un entorno más reducido y poder disfrutar un ratito, aunque la broma al final no sea ni graciosa, eso ya es lo de menos. Si yo que no soy nadie entiendo esto, estoy seguro de que unos guionistas profesionales también sabrán medir los momentos y los públicos de una broma. 


    Si se te ocurre un chiste que hace referencia a George Floyd a lo mejor tienes que dejarlo en la sala de guión y reírte allí con los compañeros que te conocen, para en su lugar meter en el programa un chiste más simple sobre otro tema, que además será más gracioso para el público general. Creo que, por desgracia, el intento de estirar la libertad de expresión y los límites del humor hasta el punto al que algunos creemos que pueden llegar es un error cuando se hace para un público amplio y heterogéneo. No deja de ser triste, pero para andar por la vida sin miedo a represalias que solo sirven para quitarte la energía es mejor aceptar que no somos tan libres como nos hacen creer. 

    O igual sí lo somos, pero para elegir cuándo y con quién ser libres, no para vernos 'obligados' a decir lo que nos dé la gana por el simple hecho de que se puede. Entre las opciones de vivir tranquilo renunciando a un poco de libertad o el riesgo de salir escaldado porque "si digo esto no puede ser tan malo" elijo la primera. Quizá los guionistas de La Resistencia empiecen a elegir lo mismo.

  2. How many roads...?

    lunes, 25 de febrero de 2019

    Mientras se dirigía a la parada del tranvía desde la oficina volvió a pensar que ya llevaba casi cuatro meses en su nuevo trabajo. Una nueva experiencia laboral que además había venido acompañada del traslado a otro país, un objetivo que había estado persiguiendo durante una buena temporada.

    La segunda parada del tranvía se produjo, como siempre, delante del Hotel Europejski, que conservaba ese aire comunista del pasado que, quizá al no ser natural de Polonia, tanto le gustaba. No le cabía duda de que es mucho más fácil apreciar la belleza incluso de lo menos bueno cuando no se ha sufrido en absoluto a costa de ello.

    Estaba más que acostumbrado a contemplar la bella fachada del hotel sin apenas reparar en ella, pero aquel día fue capaz de mirarlo con ojos más profundos gracias a la banda sonora correcta. Alzó la vista hacia el edificio justo en el momento en que Bob Dylan tomaba el testigo en su lista de reproducción aleatoria: “How many roads must a man walk down before you call him a man?”

    Por un momento, una canción tan manida como Blowin' in the Wind y un edificio antiguo al que llevaba mirando con indiferencia tantas semanas cobraron un enorme significado. De repente se le ocurrían pocos escenarios mejores que el añejo Hotel Europejski de Cracovia para preguntarse cuántos caminos más debía recorrer para considerarse finalmente un hombre.

    Eran muchos los meses que había pasado intentando aceptar el hecho de que su recorrido había terminado y por tanto sólo le restaba permanecer sentado en su estación de origen, por donde no pasaría ningún otro tren. Quizá no quedaban más carreteras que recorrer, sino simplemente aceptar la condición de hombre adulto capaz de abrazar su realidad aunque no le resultase exactamente idílica.

    Pero cuando creía que todo había quedado escrito, el viento volvió a soplar y a llevarse volando consigo la respuesta. El camino continuaba. Ese proyecto hombre aún tenía recorrido por delante.

  3. El amor de mi vida es Bill Murray

    viernes, 27 de julio de 2018


    Si algo ha hecho el ser humano a lo largo de su evolución es intentar definir el amor. Es un hábito innato en nosotros pero a la vez pretencioso, porque demuestra que nos negamos a vivir con algo que no seamos capaces de explicar.

    Nos guste o no reconocerlo, el sentimiento amoroso no es exactamente igual ni siquiera para dos personas en este mundo. Por eso se han escrito y se escribirán libros, canciones, poemas o películas que buscarán atrapar a un público que ni siquiera sabe qué está buscando. Rompo una lanza a favor de la definición del amor como el segundo oficio/negocio más antiguo del mundo, por detrás de otro que no viene al caso ahora.

    Sirvan como ejemplo algunos de los ‘síntomas’ más manidos del enamoramiento, que sin dejar de ser verdaderos (no he venido aquí a insinuar eso) intentar acotar lo más posible una sensación que en teoría debería ser inabarcable. Pongamos que esa persona “te hace sonreír cuando la ves”, “tan solo oír su nombre te alegra el día” o “le ríes las gracias como a nadie más” porque “todo lo que dice te suena a música celestial”.

    Si te reconoces en al menos una de estas frases enhorabuena, eres otro hijo del amor y por tanto de la sociedad. Pero esta felicitación se extiende aún más a aquellas personas que, además, ven correspondidas estas sensaciones e inician una unión. Esta, por supuesto, también cuenta con definiciones de catálogo del tipo “siempre está en los momentos difíciles”, “tus recuerdos junto a él o ella son más intensos que todos los demás”, “cada día que pasa la relación va mejor y los sentimientos no cambian”.

    En esta última tanda es más sencillo reconocerse, sobre todo si la persona que te provocaba esas sensaciones es ahora poco más que una sombra del pasado. Cuánta teoría para terminar diciendo que soy uno de tantos que nunca ha experimentado de forma verdadera ese viaje por los sentimientos, no al menos durante más de unos días o como máximo semanas. Parece que yo no puedo jugar al amor.

    O eso pensaba. Mientras veía Lost in Translation, una de las pocas películas de Bill Murray que me quedaban pendientes (imperdonable, ya lo sé) me di cuenta. El simple hecho de saber que me esperaba una hora y media junto a él convirtió de pronto al día en algo mejor. No era una comedia, pero él logró hacerme reír y, lo que es más difícil en mi opinión, sonreír con cara de adolescente tonto. Ni siquiera hizo falta que terminase la película para saber lo que estaba pasando. Cada uno de mis sentimientos durante esos 90 minutos estaba en la lista del manual no escrito sobre lo que debe ser el amor.

    Cuando pensaba que nunca había tenido la suerte de vivir en esa burbuja romántica sobre la que tanto he leído, visto o escuchado, me llegó la confirmación de que sé lo que es el amor desde que lo vi por primera vez, hace unos 23 años. Porque Los fantasmas atacan al jefe es el plan navideño que nunca quieres dejar de repetir con esa persona, El día de la marmota te deja claro que nunca te cansará su compañía o Space Jam demuestra que incluso en sus momentos más flojos tus sentimientos hacia el objeto de tu amor no cambian. Dejo de poner ejemplos, que me estoy abriendo ya demasiado.

    Quizá haya tardado demasiado en darme cuenta de algo que lleva siendo evidente más de dos décadas. El amor de mi vida es Bill Murray.

  4. Ella me puso en mi sitio

    jueves, 19 de julio de 2018


    No por esperado iba a ser menos doloroso. Al menos sabía eso, algo bueno debía tener el encontrarse al borde de la treintena. Pero el conocimiento de la situación a través de una experiencia previa en el pasado tan solo era eso, teoría.

    Nunca había olvidado la frase de un amigo que decía que “tus colegas estaremos aquí para hacerte compañía, pero en la soledad de tu casa no podrás evitar convivir con la situación”. Esas palabras le habían hecho sentir esa felicidad amarga que, por algún motivo, siempre le había encantado. Ahora tocaba regresar a las trincheras y comprobar si seguía siendo capaz de hacerle frente a algo así.

    Era el momento de afrontar otro comienzo desde cero. Analizar lo que tenía y reflexionar sobre lo que deseaba era obligado ahora que no tenía más remedio que estar a solas consigo mismo. Ni siquiera en los numerosos y extensos momentos en que consumía ficción audiovisual podía evitar sacar conclusiones personales. Ya estaba ocurriendo; no tenía escapatoria y no le importaba.

    Todo su ser se estaba viendo forzado a superar otro examen exigente y era consciente de que no conocería sus verdaderos resultados hasta pasados varios meses. Todo porque ella le puso en su sitio. Y no le guardaba ningún rencor.


  5. Oda a Los Soprano

    lunes, 27 de noviembre de 2017

    Ya está hecho. A pesar de haber tardado más años de lo esperado en dar el paso, por fin he terminado de ver Los Soprano. No me avergüenza decir (en todo caso me sucede justo lo contrario) que me decidí a visionarla para cerrar ese triunvirato imprescindible para todo amante de las series que esta ficción sobre la mafia comparte, en mi opinión, con The Wire y Breaking Bad.

    En resumen, podría decirse que entré en la serie como espectador neutral y por momentos casi forzado. Pero no quiero dedicarles unas líneas a dicha entrada, sino a mi salida de la misma tras seis temporadas que han supuesto para mí una experiencia irrepetible. Este último es el único adjetivo medianamente acertado que encuentro para Los Soprano. Un calificativo no demasiado original, pero absolutamente lleno de sentido.

    De hecho, me cuesta recordar un momento en el que haya usado la palabra irrepetible con mayor intención. Creo que solo puede atribuirse a aquellos elementos que aunan con una sincronía involuntaria el buen hacer interno con circunstancias ajenas. En palabras de su propio creador, David Chase, “cuando el trabajo duro tiene como resultado la trascendencia, nadie se acuerda de lo duro que ha trabajado. Lo único que perdura es pura magia”. Porque por más que la serie cuente con una excelente calidad de actores, guiones, personajes o escenarios, nada sería lo mismo si no esta no hubiese tenido lugar en los años en que lo hizo, concretamente entre 1999 y 2007.

    Muchas cosas han sucedido entre estos años donde los avances nos hacen perder incluso la noción de cómo era nuestra vida antes. Lo que vemos en pantalla, como no podía ser de otra manera, también ha sucumbido a los 'encantos' de la globalización y la inmediatez. Creo que sabes de lo que hablo: 95% de actores y actrices sacados de catálogos de belleza, un ritmo vertiginoso para enganchar al espectador que se come la propia historia o el hecho de que un spoiler final valga más que 20, 30, 40 o 50 minutos de buen metraje.

    En el umbral de la modernidad entendida como el momento actual, Los Soprano fue capaz de mantenerse ajena a esta tormenta que empezaba a arreciar. Y lo hizo a través de la confianza en un modelo de trabajo y resultados por el que hoy pocos apostarían. Riqueza de los diálogos, importancia capital de las emociones, ritmo pausado, ausencia total de ficción o uso comedido de las escenas de sexo o acción. Me permito dudar sobre el éxito de algún proyecto similar ahora que existen innumerables y constantes producciones y plataformas de emisión. El 'aquí y ahora' no lo permitiría.

    Los Soprano lo consiguió. Más allá incluso de su calidad infinita, su carácter atemporal es su mayor legado. Tras haberla disfrutado, no puedo evitar esbozar una sonrisa al recordar esos pensamientos que venían a mi cabeza en los primeros episodios: “hablan demasiado”, “es muy lenta”, “ los capítulos duran casi una hora y apenas pasa nada”. Es muy posible que hayas visto la serie y hayas dicho o pensado algo así para, posteriormente, comerte con gran gusto tus palabras, tal como me ha sucedido a mí. Dudo que fuese capaz de atreverme a continuar hoy con una serie que me llevase a pensar de ese mismo modo, pues tengo una lista de espera inmensa llena de cosas que quiero ver y no voy a perder el tiempo con nada que no me convenza rápidamente.


    En el peor de los casos, si ninguna serie te entusiasma durante una temporada, Los Soprano siempre pueden volver a tu vida. Si es que alguna vez consigues que se vayan.

  6. Un 'capote' a Jordi Cruz

    domingo, 7 de mayo de 2017

    Le está cayendo una buena encima a Jordi Cruz, propietario del restaurante Abac de Barcelona y jurado de Masterchef. Todo se debe a unas recientes declaraciones en las que justificaba el trabajo no remunerado de los becarios en restaurantes de alta cocina como el suyo, por ejemplo.

    Para ello se ampara en la viabilidad económica de esta opción y en el “favor” que se le hace a los aprendices permitiéndoles empaparse del más exigente ambiente profesional. El viejo cuento de hacernos creer que todo el mundo gana con este sistema cuando el único beneficiado es el que aprovecha la ilusión de los jóvenes para disfrutar de mano de obra cualificada a coste cero.

    Llegados a este punto yo me pregunto: ¿por qué es ahora Jordi Cruz el enemigo público número 1 de España?. Es evidente que no se puede defender ni justificar su argumentación, pero la sociedad se lo ha tomado como si hubiese dicho algo que nadie sabía o estuviese utilizando una técnica que nadie más comparte.

    Todo lo contrario, y aquí viene mi 'capote' al señor Cruz para brindarle un soplo de aire fresco en su caída a los infiernos. No encuentro descabellado pensar que cuando enunciaba estas frases que ya nunca olvidará ni siquiera fuese consciente de que estaba sacando a la luz un hecho de lo más reprobable. Solo estaba constatando una realidad.

    Al fin y al cabo estamos rodeados de chupópteros que sacan una tajada inagotable de inocentes en busca de la sagrada 'experiencia' o el 'currículum'. Que tire la primera piedra el que no conozca a alguien que haga o haya hecho lo mismo que Jordi Cruz (sabemos que estáis ahí) o el que no haya tragado con este invento de trabajar gratis (bueno no, a cambio de experiencia) alguna vez en su vida.

    En definitiva amigo Jordi, te ha tocado el papel de cabeza de turco de una problemática que está a la orden del día. Y la agresividad de la reacción viene motivada por las legendarias 'tragaderas' de las buenas gentes de España. En lugar de rebelarnos y protestar contra esta infame precariedad laboral en el día a día y en el lugar donde hay que hacerlo preferimos disparar en redes sociales contra un personaje de la misma televisión que nos ayuda a olvidar que mañana nos toca trabajar otra vez a cambio de una miseria.

  7. Fluir

    miércoles, 7 de octubre de 2015

    Existen pocos idiomas tan ricos y bellos como el castellano. La cantidad de palabras, expresiones y combinaciones posibles que nuestra bendita lengua nos brinda es un lujo del que podemos disponer, de manera ilimitada, a diario. Pero es posible incluso subir otro peldaño cuando la experiencia vital lleva a convertir una palabra aparentemente normal en un concepto amplísimo. Y eso ocurre cuando suena fluir.

    Fluir es saber que esto se trata de estar hoy aquí y mañana allí. Siempre de viaje.

    Fluir es mostrarse por fuera y por dentro de la misma manera, estés aquí o allí. Naturalidad.

    Fluir es no buscar recompensas ni aprobación, pero aún así encontrar ambas cosas. Sin pretensiones.

    Fluir es tan real que no se puede intentar, simplemente ocurre. Y ya no hay vuelta atrás.

    Be water, my friend.